“Cierra los ojos y abre la boca’, me decía mi padre, con el que hace años que apenas hablo.
Yo tenía menos de 10 años y me encantaban las aceitunas, sabía que siempre que me decía eso me iba a dar una.A esa edad yo ya sabía cosas, había visto y vivido mucho y mi única preocupación era saber más cosas y que en casa no se oyesen gritos.
Recuerdo charlar con esa mujer que se quedaba con nosotros mientras mi madre disfrutaba de ser una mujer joven, guapa y separada. Conversaciones que ya quisiera yo tener ahora. Me sentía inteligente y especial. No eran pocos adultos los que me lo decían.Esas cosas se quedan contigo para siempre, aunque pasen veinte años.
Si no fuera por todo el tiempo que hemos pasado en intimidad, yo no sería quien soy, ni sería feliz como lo soy ahora. Este álbum será para muchos un lanzamiento más, una newsletter que borrarán sin abrir, otro ejemplo de saciedad semántica, el delirio de una millenial con aspiraciones artísticas, mucha verborrea y poco currículum, otro grito sordo en el limbo de las lamentaciones… Pero para mí y para los que son como yo (melancólicos-sanguíneos), este álbum es el libro de las revelaciones. Que, por suerte, yo he traído al mundo, pero que me ha sido dado. A su vez, es el testimonio de una generación que lucha a morir con dos de las peores enfermedades del siglo XXI: la ansiedad y la depresión.
Un manual de instrucciones de mi yo pasado, para mi yo futuro, escrito por mi yo futuro en un viaje al pasado. O algo así.
“La Caja Negra” ha cambiado mi forma de ser y estar en el mundo; ahora mi único deseo es que os cambie en vuestra intimidad, que os toméis el tiempo necesario para llegar al agujero negro en el centro de la delicia.
Una aceituna. ‘Cierra los ojos y abre la boca’”.